Una Planta, Muchos Significados
El cannabis siempre ha sido más que una simple planta. A lo largo de la historia, ha estado presente en prácticas medicinales, espirituales y culturales de pueblos de todo el mundo —desde la medicina ayurvédica hasta el uso ritual en culturas indígenas y rastafaris. Pero también ha sido objeto de intensa persecución: criminalizada, demonizada y utilizada como herramienta de opresión, especialmente contra poblaciones negras, periféricas e indígenas.
Hoy, el cannabis vive un nuevo ciclo: legalizado en varios países, regulado por gobiernos y tratado como insumo para el crecimiento económico. Su potencial terapéutico es ampliamente reconocido —y su capacidad de generar ganancias también. Pero entre la promesa de cura y la carrera por beneficios, surgen dilemas profundos sobre los rumbos de este nuevo mercado.
El Capital Descubre el THC
Con la apertura de mercados legales en América del Norte, Europa y América Latina, el sector cannábico entró en el radar de grandes inversores. Empresas farmacéuticas, fondos de inversión y emprendedores tecnológicos comenzaron a disputar este nuevo filón: productos con CBD y THC, cosméticos, suplementos alimenticios, medicamentos, bebidas, cigarrillos electrónicos y mucho más.
El discurso es seductor: innovación, salud, bienestar, generación de empleo y sostenibilidad. Pero detrás de la fachada verde y moderna, muchos alertan que la lógica dominante sigue siendo la de siempre: concentración de poder, desigualdad y exclusión.
El Remedio se Vuelve Mercancía
El cannabis medicinal es, sin duda, uno de los mayores logros de la legalización. Personas con epilepsia, dolores crónicos, cáncer, ansiedad, Parkinson, autismo y otras condiciones relatan mejoras significativas con el uso terapéutico de la planta. Pero el acceso al tratamiento muchas veces dista de ser universal.
En los países donde la regulación ha avanzado, los precios de los productos legalizados suelen ser altos, el acceso está burocratizado y el cultivo doméstico está restringido. En muchos casos, el cannabis medicinal se ha vuelto un privilegio para pocos, mientras que el modelo de negocio prioriza las ganancias y las patentes en lugar de la salud pública.
El Mercado Ignora a Quienes Siempre Estuvieron con la Planta
Mientras grandes empresas explotan las ganancias de la legalización, miles de personas aún enfrentan los efectos de la criminalización. En Estados Unidos, por ejemplo, más de 40 mil personas siguen presas por delitos relacionados con el cannabis, incluso después de su legalización en varios estados.
En Brasil, la realidad es aún más desigual: la mayoría de las personas presas por tráfico lo están por portar pequeñas cantidades, sin armas ni antecedentes. Son jóvenes negros y periféricos cuya relación con la planta se trata como delito —mientras que el mismo producto, en manos de una empresa, se promueve como innovación.
¿Cura o Capital? Caminos en Disputa
El dilema central del capitalismo cannábico es claro: ¿cómo equilibrar el potencial terapéutico de la planta con los intereses del mercado? Existen dos caminos posibles:
- El modelo concentrador, donde pocas empresas dominan la producción, distribución e investigación, y el cannabis se vuelve un producto elitista, vendido en envases bonitos pero inaccesible para gran parte de la población;
- El modelo popular y comunitario, que prioriza el cultivo familiar, las asociaciones de pacientes, el acceso amplio a los medicamentos, la valorización de los saberes tradicionales y la reparación histórica para quienes fueron criminalizados.
La elección entre estos caminos no es neutra. Define quién tendrá acceso a la planta y en qué condiciones —y, principalmente, si el cannabis será un vehículo de justicia o solo otro capítulo de la desigualdad social.
El Futuro Está en Nuestras Manos
El cannabis tiene un potencial único de curación —tanto del cuerpo como de la sociedad. Pero para lograrlo, es necesario romper con la lógica puramente capitalista que convierte todo en mercancía. La planta puede ser fuente de ingresos, sí. Puede generar empleo, innovación, desarrollo. Pero también debe ser fuente de cuidado, inclusión y justicia.
Es hora de pensar en políticas públicas que garanticen:
- Acceso gratuito o subsidiado al cannabis medicinal;
- Apoyo al cultivo doméstico y asociativo;
- Reparación histórica para personas y comunidades criminalizadas;
- Incentivo a la agroecología y preservación de la biodiversidad de la planta;
- Protección de los saberes tradicionales y de la autonomía popular.
Conclusión: ¿Qué Futuro Queremos Cultivar?
La legalización del cannabis representa más que un cambio en la ley. Es una oportunidad para reparar injusticias históricas, democratizar el acceso a la salud y proponer un nuevo modelo de relación con la naturaleza y la economía.
Pero para eso, es necesario resistir la tentación de la mercantilización total. El futuro del cannabis no puede definirse solo por quién gana más —sino por quienes siempre cuidaron de la planta, incluso cuando eso significaba riesgo, represión e invisibilidad.
Entre la cura y el lucro, ¿qué elección vamos a hacer?